Cada día Juan se levanta de la cama, se asea, se viste y finalmente pasa por el comedor a desayunar. Está harto de la monotonía, cada día se repite el mismo esquema y empieza a plantearse qué sentido tiene todo esto. Seguramente la vida le podría haber guiado por otro camino, pero al fin y al cabo es él quien eligió ser lo que ha sido. Le aburre el mismo paisaje de siempre, los mismos compañeros, le aburre todo lo que durante tanto tiempo le ha rodeado. Son demasiados años viviendo entre la misma maraña burocrática, gente anodina que lo único que quieren es escapar y llevan media vida planeando el cómo.
El único entretenimiento que le queda es sentarse con su café en los ratos libres, disfrutar de la aflicción de aquellos que entran de nuevo y pensar que les espera un largo periodo de tiempo en que van a encerrarse en sí mismos siendo esclavos de la voluntad de los que mandan ahí dentro. Juan sabe que regocijarse del mal ajeno es lamentable, pero saber que no es el único ser intrascendente para la sociedad, alguien que si desaparece a poca gente le va a importar, le alivia. Esboza una sonrisa mientras les mira, da una última calada a su cigarro, echa el humo frente a sus ojos como si de una tela que tapa la realidad se tratara y vuelve a su puesto de trabajo con resignación.
Horas de trabajo en silencio, con una disciplina ejemplar; la que nunca antes de llegar a aquel nefasto lugar tuvo. Son ya 15 años tejiendo los mismos uniformes azules. Siempre lo mismo y todo por unos cuantos euros para malvivir en un futuro. Juan sabe cuantas puntadas tiene cada uno de los uniformes que hace; las ha contado una y otra vez con la intención de buscarse un entretenimiento entre tanto traqueteo de las máquinas de coser. Siente como si esas infernales cosedoras le estuvieran apaleando la cabeza continuamente durante 6 horas al día.
Piensa que lo único bueno de su vida es que poco debe preocuparse por arreglarse, aparentar o caer en convenciones sociales que nada le interesan, pues carece de familia y amigos. No tiene ninguna intención de intimar con nadie, pues muchos de los que llegan pronto se irán, o al menos lo harán más pronto que él. Piensa que es mejor no encariñarse mucho de la gente a no ser que la vida le de un giro inesperado. Así pues, para él todos son compañeros que nada le deben y nada les debe a ellos. Simples compañeros de viaje en su complicada vida, con los que poder hablar de algo.
Hoy está peor que nunca. Más desaliñado de lo habitual, cansado y con una tez enfermiza que no ha perdonado el paso de los años. Es lento en su trabajo, tiene la mirada perdida y no se pierde entre el número de zurcidos que tienen los uniformes. Se pregunta cuándo acabará su condena, pero ha perdido la cuenta; ya ni celebra su cumpleaños, se le ha olvidado ser feliz.
Consciente que le queda una salida inmediata para escapar de su monotonía empieza a preparar su adiós. Lo tiene todo pensado: solo necesita una cuerda, una silla y la soledad de su habitáculo.
El sol empieza a esconderse y Juan lo mira a través de la ventana como despidiéndose de él con una inquietante tranquilidad. De lejos oye su nombre. Es una llamada de teléfono. Hace casi dos años que Juan no recibe una llamada telefónica; descuelga y una sonrisa de desconcierto se dibuja en su cara. Al otro lado del teléfono está su abogado. La sala Penal del Tribunal Supremo por fin, ha resuelto su recurso: Absuelto del delito de asesinato por el que fue acusado, por falta de pruebas.
Sergi Gil Bezana
Ep! Està molt bé. Bon gir. Pensava tota l’estona que era un oficinista amargat. Clap, clap!