En aquella estancia aún resonaban los gritos de dolor tras los hechos ocurridos. El gotear de sangre desde el techo era constante, con una escalofriante precisión rítmica. El olor a putrefacción se dejaba notar en todo el recinto. Unos rayos de luz asomaban por los agujeros de una de las persianas que permanecían aún cerradas, a la espera de la llegada de la policía científica y la comisión judicial.
En el centro de la sala, una mesa de trabajo teñida completamente de rojo, como si de un lienzo abstracto se tratara. Encima, pequeños cuerpos decapitados y degollados. Putrefacción y sangre creaban un combinado que era a cada segundo más intenso. En el suelo, diversas herramientas de trepanación, dispersas, junto a trozos de cristal de botellas que con anterioridad habían sido testigo de carcajadas. Las vísceras creaban en el suelo una enorme pista resbaladiza, mientras que los trozos de entrañas que habían arremetido contra la pared formaban una superficie pegajosa por todo el recinto.
En los tabiques se podían leer escritas con sangre, pese a la lúgubre penumbra del lugar, las inscripciones: “Sathanas Gloria Criptae”, “Diabolae Oriunt” o “Invocabili Operunt”. Se diferenciaban perfectamente los trazos realizados con las manos. En un rincón, ajadas, yacían las túnicas sacramentales usadas para el horror. Otra vez.
Sergi Gil Bezana