Al hijo se le rompió la luna. Su madre le había dicho mil veces que no jugase con ella, que no era sólo suya sino de todos. Demasiado tarde. Ya subía a voces por las escaleras.

Antes de que su madre llegara al umbral de la puerta, intentó pegar los trocitos de la luna que había roto. ¿Cómo diablos se había enterado? Los gritos de su madre se oían a años luz. Esta vez la había hecho bien gorda. De hecho ni él mismo sabía cómo había sucedido. Hizo lo de siempre: alineó bien las bolas, las empujó levemente y antes de que cayeran las agarró todas antes de chocar entre sí. ¿Todas? No, todas menos la luna. Ésta se escurrió entre los dedos y el final lo estamos viendo ahora. Tenía que encontrar una buena excusa, que no tenía, para justificarse ante su madre.

-Veamos: las demás lunas están en su sitio. Los planetas parecen intactos y el sol de momento no se ha apagado. ¡Vaya quemadura más tonta en la mano! debo ir con más cuidado la próxima vez con esta bola que me pasó Pedro. ¡Vaya pirado! Vamos, piensa, que está a punto de llegar al último escalón. ¡Se acerca la gran tormenta!

-¿Pero qué has hecho? ¿Cuantas veces tengo que decirte que con el sistema solar no se juega?

-A ver mamá… ¿cómo cuenta el libro este gordo que siguen los humanos que acaba su mundo? Hay una parte que dice algo así como que se rompe el cielo ¿no? ¡Pues eso he hecho! Les he dado… un pequeño empujoncito

-¿Pero que barbaridades dices? ¡Has dejado a los humanos sin su noche!

-No mamá, les he dejado sin su luna, no es lo mismo. ¿No les gusta tanto contemplar los eclipses de luna? Pues ale, ahí tienen uno que no saben cuando acabará. ¡Déjales que disfruten!

-¿Pero qué te tengo dicho yo de jugar con la luna? ¿Y de dónde has sacado los demás planetas?. Otra vez esa pandilla de descerebrados te los han prestado ¿no? A ver, trae que se los devuelvo a sus madres, ¡Un día provocaréis un auténtico desequilibrio que nos afectará a nosotros también!

-Pero mamá ¡que no pasa nada! Están todos deshabitados y el único que lo está carece de vida inteligente. Digamos que sólo hay… vida. ¿Para qué les queremos?

-¡Debéis cuidar de ellos! Si no ¿para qué narices creasteis tantos planetas?  Y queréis que nos ocupemos los demás de vuestras tonterías… ¿Y tú para que creas esos bichos? ¿Eres el creativo del grupo o qué? Llevan 2.000 años buscándonos y pidiéndonos cosas. Qué pesaditos son hijo mío… ¡Hartito tienen a tu padre! Si es que siempre acabas aburriéndote de todo. ¡En tu próximo cumpleaños te quedas sin regalo! Además te quejas de que los humanos son tontos; pues piensa por qué dicen que Dios, que también tiene guasa que te veneren, les creó a su imagen y semejanza.

-Vale mamá lo que tu digas…

Su madre se fue de la habitación con una bolsa llena de los planetas con los que él había estado jugando.

Pensó que tampoco había sido para tanto, al fin y al cabo algún día tenía que acabar. <<Ellos mismos así lo creen porque alguien lo escribió>>, pensó. Esbozó una sonrisa irónica y finalmente consideró más divertido haberles dado el libro gordo que escribió en clase y que le adoraran a él y su familia, que no el proceso de creación en sí mismo, junto a sus amigos.

Cuando ya estuvo completamente solo, sacó de su bolsillo la bolita azul con manchas marrones que su madre no vio como escondía. La miró fijamente y con soberbia soltó un: -¡Adiós malditos! Prensando seguidamente con los dedos índice y pulgar aquella pequeña bola que tantos quebraderos de cabeza le había dado a él, a su familia y amigos.

Aquel juego había acabado.

Sergi Gil Bezana