A la mañana siguiente Leo no podía creer lo que había pasado. Se miró al espejo y tras un par de náuseas no pudo evitar vomitar. El reflejo le miraba con el mismo desprecio que sentía por dentro. Se fue al sofá arrastrando los pies, aún sin vestir. Ahí se tumbó y con desgana encendió la televisión en un intento de generar un ruido tal que no pudiera prestar atención a nada más, pues en su cabeza retumbaban los continuos reproches respecto a su débil y maleable personalidad que le hacían los demás, especialmente su ex mujer.
Su jefe siempre le trataba con cierta mofa al considerar una excentricidad su ecologismo y su consecuente veganismo. Para él, era un bicho raro que debía normalizar para que no se desviara de lo que consideraba lo adecuado. Para ello organizó un team building. Así lo expuso en los carteles que hizo llegar a todos los empleados por correo electrónico, seguramente sin saber muy bien qué significaba esa idea. El jefe era una persona rozando los setenta, de una mentalidad algo enquistada en lo que él consideraba tiempos mejores. Le gustaba fumar puros y beber coñac en su despacho. Lo hacía siempre frente a la estampita de la Madre de Dios que cada año en verano sacaba, junto a sus amigos, de procesión en el pueblo. Disfrutaba haciendo saber que él era el jefe y que los demás estaban en su empresa por su generosidad y su buen saber hacer. Nada de reconocer méritos a sus trabajadores, pero entendía que de vez en cuando debía hacerles alguna concesión.
La excursión consistía en visitar una casa de campo y realizar diferentes actividades al aire libre, algo que a Leo le pareció una buena idea, quizás así podía convencer al jefe y compañeros de trabajo de las bondades de la naturaleza y el porqué de sus ideales.
Nada más llegar les fueron asignando a cada empleado una habitación de la casa rural. A Leo le tocó una pequeña habitación individual con un balcón y vistas a la montaña. Abrió la puerta del balcón. Salió a respirar aire puro y fresco del campo, se apoyó en la barandilla y al girar la cabeza para contemplar las vistas cuál fue su sorpresa al ver que en la habitación contigua se hospedaba el jefe.
—¡Hombre Leo! Que cerquita estamos. Ya verás que bien te lo vas a pasar este fin de semana.-— Le espetó el jefe con una amplia sonrisa y ojos vidriosos.
—Sí… seguro. Estas actividades ayudan a afianzar la relación entre todos los componentes de la empresa. —Contestó Leo con cierto aire de desconfianza ante sus propias palabras.
— Claro que si. Ya verás. Además debes demostrar lo que vales ante tus compañeros. Yo siempre te he tenido una estima especial aunque no me creas, a pesar de tus rarezas. Demuéstrame también a mi que tienes las agallas suficiente como para ocuparte de toda tu sección. Eres un tío metódico y ordenado, ya va siendo hora de hacer algunos cambios. —Espetó el jefe mientras exhalaba el humo de una colilla que colgaba de sus resecos labios. La cogió con los dedos,la miró y la tiró por el balcón riéndose levemente.
— ¿Perdón? —dijo Leo con cara de desconcierto
— Si Leo si, quiero que me demuestres que eres merecedor de un mejor puesto en la empresa, con todo lo que ello conlleva. Ya me entiendes… —señalándole con el dedo.
— Si, si entiendo, pero… yo… —Titubeó bajando la mirada.
— ¿Tú qué? ¿Te asustas? ¿No vas a ser capaz de demostrarme tu valentía? —contestó el jefe con cierta virulencia.
— La verdad es que ese cambio de lugar de trabajo me iría muy bien. La bruja de mi ex me atosiga cada mes con cosas raras que debe comprar para mis hijos y la pensión de alimentos es muy alta. Que no es que no quiera pagar, que son mis hijos, pero ya podría tener un poco de compasión ¿no cree? —se sinceró Leo, con una cara entre rabiosa y de búsqueda de compasión.
— ¿Una ex mujer compasión? ¡No me hagas reír! ¡A mi me sacó hasta los ojos!. En fin… vámonos que ya estarán todos abajo. —dijo el jefe mientras se sacudía el sudor de detras de la nuca y se dirigía al interior de su habitación.
Leo tardó unos minutos en salir por la puerta tras reflexionar sobre la conversación que acababa de tener con el jefe. No se podía creer lo que le había dicho. Llegó a recepción y vió que ya se habían ido todos.
— Están todos en el patio trasero, con la presa, Sr. Martínez.
—¿Con la presa? —no entendía de qué le estaba hablando y dudoso se dirigió hacia el patio trasero de la casa desde donde se oían unos fuertes gritos.
Una vez ahí, la terrible escena. El jefe agarrando a un lechón por el cuello con una mano y con la otra un gancho. El lechón no dejaba de retorcerse y gritar, tratando de escapar. Leo se asustó al ver aquello y le vino a la cabeza la conversación que hacía pocos minutos había mantenido con el jefe. Se paralizó.
— ¿Qué pasa Leo? Toma el gancho —le dijo el jefe jocoso.—Demuéstrales a todos de lo que eres capaz. ¡Hoy vamos a tener el mejor asado que hayáis probado en vuestra vida! — Dijo soltando una carcajada.
— No… yo…— Leo no sabía cómo reaccionar ante aquella situación, más teniendo en cuenta la conversación que acababan de tener.
El jefe le miró fija y desafiantemente.
— ¿Eres un cobarde que no está preparado para los retos que se le ponen delante?
Sergi Gil Bezana